Harry Martinson (1904 - 1978)



Allá abajo 
a 700 metros de profundidad, 
bajo 16.000.000 de años de estratificaciones 
trabaja un picador de carbón, el emigrante Varetski- 
los ojos irritados por el polvo del carbón, 
los codos llenos de heridas- 
y una linterna Davis en el casco. 

 Se oyen ecos en el pozo de la mina- 

retumba, susurra, silba- 
y en alguna parte lejana murmura el agua. 
Zumban, silban y sueñan 
cien cerebros polacos. 
Un cálido sueño rojo 
sobre tiempos pasados 
cuando no necesitaban picar -mal considerados- 
carbón belga de mala calidad 
 por 8 francos la tonelada. 

En las profundidades de la montaña de lignito 

gruñe un viejo gigante tuerto. 
¡Ja, Ja, pobre diablo! 
Intentas competir 
con el carbón de primerísima calidad de Durham. 
(Ay, qué tonto tienes que ser.) 
¡Carbón de Durham! 
Perlas negras. 
Diamantes que no pudieron desarrollarse completamente, 
joyas que el fogonero del barco mima y acaricia, 
como si fuesen frutos del árbol del pan. 
Preguntarle a un fogonero su verdadero valor, 
cuando desciende el barómetro como una centella 
y hay que llegar a tiempo al estrecho de Magallanes: 
El carbón de Durham no es otra cosas que oro negro. 
Encendamos un ardiente Durham. 

Para el aristócrata de la inteligencia, el embrión de geólogo de Varetski, 

es una deshonra trabajar en una vieja cueva agotada de lignito. 
Darle el quebradizo, el brillante espejo negro de Durham, 
que permite a los sueños 
extenderse por los inmensos dibujos carbónicos de los helechos. 
Y un gran helecho, 
que dé sombra a todo el mundo. 


 + 



 5 


El carro es rico en contenido. 

En él puede el niño nacer prematuramente, 
el herido morir prematuramente. 
Con el carro recogen los samaritanos
las personas atropelladas por el carro. 
Con el carro retiran el carro aplastado o sus restos. 
Desde el carro disparaban Al Capone y otros asesinos 
sus ametralladoras durante los adelantamientos.
En el carro fueron asesinados unos judíos traídos de Lodz 
mediante tubos de escape doblados hacia el interior. 
En el carro fue asesinado un cura de Vedersö. 
En el carro viajamos hacia la playa y el regocijo lunar, 
hacia la alegría adornada de follaje la noche de San Juan 
o hacia una muerte astillada cruzando barreras bajadas y las verjas de la eternidad. 


+



X


Sentimientos y pensamientos se van separan unos de otros en un hendimiento de la existencia.
El mundo de los pensamientos se convierte entonces en un tribunal
donde son juzgados sueños y sentimientos, donde las corazonadas reciben su castigo.
La fría luz de la vanidosa verdad
ilumina con una claridad absurdamente reveladora todos los árboles solemnes.

Entonces uno querría preguntar:
¿de qué trata vuestra caza, cazadores?
¿de qué trata su caza del hombre?

Y en el otro lado: los sentimientos están de jueces,
la sensatez es ultrajada, la inteligencia es insultada,
la sabiduría es colocada contra el muro y bautizada como asesina de la alegría,
a la señora de expresión amargada y cáncer de estómago
la nombran bruja.
Caza del hombre frente a caza del hombre.
¿De qué trata vuestra caza, cazadores?

Aquí podemos ver ante nosotros las batallas humanas en el paisaje de la caza del hombre:
el odio mutuo de las generaciones,
el odio de las razas y el odio de los sexos,
el odio de las clases y el odio
de las categorías morales.
Allí utilizan la moral como un arma contra la alegría duramente conseguida.
Allí funden la alegría en coros vocingleros que lanzan su odio contra la moral.

Yo les digo esto porque es una cosa obvia,
si la Naturaleza, en tales circunstancias, no le solucionase la mayor parte de sus problemas al hombre,
refrescándolo, encendiéndole el sol, lloviendo
sobre él y la tierra, divirtiéndolo y arrastrándolo hacia sí
sus pensamientos, sentimientos y miradas, alejándolos de él mismo
y de todos los prójimos y adversarios,
entonces el hombre no sería más que un cazador de hombres.

Ahora la naturaleza le prepara un mundo al hombre donde su carácter agresivo
va poco a poco desvaneciéndose al viento, en la desolación y el olvido.
La proporciona una carne de buena encarnadura y
una mente de fácil cicatrización que no es la del yo ni de las multitudes, sino de la Naturaleza.

Así pues el hombre es algo que no se debe tomar en serio. Le falta
auténtica credibilidad, seriedad.
Unas veces revolotea, otras está inmóvil.
Raras veces descubre el arte de ver realmente lo que él es.

Odiarlo carece totalmente de sentido.
Despreciarlo es una fatua presunción.
Amarlo es un arte
que a menudo tiene que aprenderse laboriosamente en su compañía.
Pero el sol que se levanta al alba es siempre más que amor, 
siempre más que odio, ridículo, tristeza o desprecio,
siempre más que belleza.

Es la verdad situada por encima de esas menudencias que llamamos hechos y datos
y que nos lanzamos mutuamente a los ojos en una cantidad que parece un cegador de molino de arena.
El sol, nuestro común amor, se levanta
y corre con su luz vivificadora el mundo
donde retumban los cuernos de caza y de caza del hombre.

Las olas de toda rebelión envejecen pronto
y los senderos de toda rebelión pronto se convierten en amplias carreteras.
Queda una cierta nostalgia hacia algo que no
es la rueda del deseo o de la venganza.

Cuando mejor es el hombre es cuando aspira al bien que no alcanza
y deja de cultivar el mal para el que tiene mayor aptitud.
Entonces tiene, no obstante, una dirección. Dirección sin meta.
Libre de desconsideradas ambiciones.

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