Michelangelo Buonarroti (1475 – 1564)



Vivo sobre el mayor incendio y llama
cuanto más aviva el fuego leña o viento.
Auxilio me concede quien me mata,
y cuanto más me ayuda más me daña.

No yerro, no, mi propia muerte vivo,
con destino infeliz mi vida se contenta.
Quien no conoce la muerte y la agonía
que venga a comprobarla en este fuego.

Nada tengo y el fuego me persigue;
cuando otros son felices, yo me muero;
fuego y brasa es mi único alimento
y vivo con lo que a otros mataría.


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¡Oh, noche; oh, dulce si bien oscuro tiempo,
en el que todo esfuerzo acaba por lograr la paz!
Quien te exalte ve bien y entiende;
quien te honra tiene íntegro su juicio.

Con tus tijeras, cortas todo pensamiento fatigado,
al que penetran la húmeda sombra y el reposo;
y a menudo me llevan en sueño de aquí abajo,
allá arriba donde espero ir.

¡Oh, sombra de la muerte que detienes
toda aflicción enemiga del alma y del corazón,
supremo y buen remedio de los afligidos,
tú devuelves la salud a nuestra carne enferma,
tú secas nuestro llanto, nos libras de nuestras fatigas
y limpias a los buenos de odio y de asco!


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En límites estrechos encerrado
árbol soy, rodeado de corteza,
o genio en la redoma retenido.

En tumba oscura moro y las arañas
por dentro me recorren y sus telas
mis huecos aprovechan como rueca.

Cubierta está mi puerta por montañas
de excrementos: uvas y purgaciones
muestras de algún alivio son extrañas.

Bien conozco el olor de los orines,
los desagües que despiertan mis raíces
antes aún de que haya amanecido.

La carroña, el estiércol, los desechos
de casa ajena a la mía vienen:
puedo mudarme con ellos si quiero.

Está mi casa por dentro tan revuelta
que incluso si el hedor se evaporase
perdería con él hasta el estómago.

Tos y catarro impiden que muera,
pierdo el aire fácilmente por abajo
y sale a duras penas por mis dientes.

Estoy tullido, roto, quebrantado
en el potro de la vida. La posada
en que vivo de prestado es la muerte.

Mi gran melancolía me complace
y la pena mejora el sufrimiento,
a quien quiera, le cedo esta miseria.

Dichoso el que me vio el día de Reyes;
dichoso más aún si hubiera visto
mi casa entre magníficos palacios.

Sólo cenizas guarda el corazón
de amores, y en el  crece la pena.
He roto al fin las alas de mi alma.

Zumbo cual abejorro en la vasija;
saco de huesos soy; cuero y tendones
me cubren; piedras hay en mi vejiga.

Ya no miran mis ojos como antaño
y mis dientes, como teclas de un címbalo
viejo, castañean cuando hablo.

Es mi rostro la imagen del horror;
mi vestido agitado por el viento
a las gentes ahuyenta como un espantapájaros.

En mi oído se acurruca una araña,
en el otro canta un grillo por la noche,
y yo por el catarro, toso, mas no duermo.

El Amor y las Musas de otros tiempos
son pasto del pasado. Habito ahora
en un sucio albañal, en un retrete.

¿He fabricado acaso tantos hombres
para morir ahogado por el fango
tras haberme salvado de la mar?

Todo el arte, regalo de la fama,
me ha llevado en la vejez a la pobreza,
a estar solo y dominado por extraños.

Vivo estoy aún. ¡Ay, ven aprisa, muerte!

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